Nací en una familia cristiana que conoció el evangelio en la época de la dictadura en España. Muchas personas lo escucharon en reuniones clandestinas, pero el interés se fue perdiendo. Algunos se apartaron por miedo, otros huyeron a Francia y otros simplemente no encontraron lo que buscaban.

Así que, años después, yo crecí en una iglesia compuesta únicamente por la familia de mis padres y la de mis tíos, en la pequeña ciudad de Béjar, al sur de Castilla y León. De tarde en tarde íbamos a la iglesia de Salamanca, que está a una hora de coche, a algún acontecimiento especial. Era como ir de viaje al otro lado del mundo; solo ocurría una vez cada ciertos años (hoy voy todos los días a trabajar allí). Esa iglesia era el único contacto que teníamos con otros cristianos evangélicos, y una vez al mes venía alguno de sus responsables a visitarnos.

Cuando la adolescencia llamó a mi puerta, empezaron a surgir en mi mente pensamientos acerca de cómo podría encontrar algún día una pareja con la que compartir una familia. Me topé de frente con la gran dificultad de conocer alguna chica dentro de la fe que mis padres me habían inculcado, pues aunque yo no había hecho de esa fe algo personal, sí que entendía la importancia trascendental de esas creencias y el gran error que supondría dejarlas de lado a la hora de tomar una decisión tan importante como con quién pasar el resto de mi vida.

Y así llegué a mi juventud. La iglesia para mí era una obligación de los domingos y no dudaba en evitar la reunión rutinaria de los jueves con cualquier excusa. Yo cumplía unos ritos religiosos aprendidos sin implicar demasiado mi corazón en ellos.

La campaña de Decisión en Béjar

En esa época, por una serie de circunstancias, los responsables de Decisión eligieron nuestra ciudad para venir a hacer la campaña de verano de 1987. El eslogan de la campaña era: “Ven y ve”.

Muchos bejaranos vinieron a los actos de la campaña y por la misericordia de Dios vieron algo que les atrajo poderosamente. Fue toda una revolución. Decenas de personas empezaron a venir a un nuevo local que se tuvo que alquilar poco tiempo antes. Entre ellas, muchos jóvenes llenos de alegría e interés. Las reuniones se multiplicaron; todos los días había alguna a la que los asistentes estaban deseando ir y que no querían que acabara.

Yo me encontraba fuera de lugar, era un extraño en mi propia casa. Podía ver cómo mi familia se contagiaba de ese ambiente y yo me daba cada vez más cuenta de que me estaba quedando fuera. No entendía que el mensaje que llevaba toda la vida en mi cabeza pudiera producir ese interés, esa alegría, esa vida. Pero con el tiempo Dios utilizó todos aquellos cambios para llevarme a aceptar a Cristo como mi salvador personal, y no solo como un conocimiento aprendido.

Además, entre todas las personas que comenzaron a estudiar la Biblia y a reunirse en torno al evangelio, Dios llevó a la iglesia a una muy especial para mí: Montse, la que hoy es mi mujer, con la que comparto mi vida y dos hijas.

Desde entonces procuramos ir a colaborar a las campañas de Decisión como agradecimiento a lo que hicieron el verano de 1987, pero también convencidos de que el trabajo de llevar el evangelio a otras personas, cambia vidas de forma real y palpable.

Un milagro imposible de imaginar

Para mí, fue un milagro imposible de imaginar a nivel humano y el caldo de cultivo adecuado para ver mi auténtica necesidad y poco a poco acabar entregando mi vida a Cristo.

Para mi mujer, fue un descubrimiento eterno que cambió su vida radicalmente, que la llevó de la muerte a la vida. Una vida con propósito, aceptación y esperanza.

Para mi iglesia, fue un antes y un después.

Hoy en día tenemos en la iglesia fotografías de nuestra historia. En esas imágenes hay personas que Dios nos envió para traernos vida, enseñarnos, animarnos y cuidarnos (desde los años de la dictadura, hasta hoy), a las que estamos muy agradecidos. Y en algunas, ocasiones cuando compartimos tiempo juntos, alguien recuerda con un brillo especial en los ojos cómo fue aquel encuentro con el evangelio en un momento tan crucial para su vida en el que una persona con una sonrisa les dijo “Ven y ve” (Juan 1:46).

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