José Peláez se enteró de mi deseo de entrar en la cárcel para ayudar a los presos. Para entrar como capellán necesitaba una invitación desde dentro de la cárcel, y realmente no sé cómo José Peláez se enteró de que yo existía, pero me invitó. Al final, conseguí mi permiso. La cárcel tenía ocho módulos y yo tenía que visitar módulo tras módulo. Gracias a Dios, pronto se añadieron algunas mujeres conmigo para visitar también el módulo de mujeres.

Al entrar en el módulo de José Peláez con mi traje y corbata en aquel entonces, le vi en la “biblioteca” de la cárcel, donde curiosamente no había ningún libro ni periódico. Esto pasó en el mes de febrero, y hacía mucho frío. No obstante, se reunió un buen grupo de personas conmigo y José Peláez, quizás unos 40 a 50 reclusos. Yo les prediqué y al final hice una preguntaba a José: ¿Crees en Jesucristo? ¿Quieres entregarte a Jesucristo? El respondió que “sí”.

En aquel tiempo yo no conocía la vida en la cárcel, pero le dije a José; “De acuerdo vamos a arrodillarnos tu y yo aquí y orar a Jesucristo”. Nos arrodillamos y oramos y José entró en la vida con Jesucristo. Después José me contó como él “sudaba” en el frío, porque se arrodillaba delante de muchos reclusos en la cárcel. Lo peor en la cárcel es ser llamado “gallina” o mostrarse débil. Esto le afectó profundamente, pero se entregó de corazón. Jesucristo le transformó y José le siguió hasta el día de su muerte, unos 20 años después. 

Cómo José entendió el evangelio de Jesucristo

José entendió el evangelio a través de la Biblia y la literatura que le llevé. Me dijo que entendió lo que Jesucristo había hecho por medio de una historia del Oeste Salvaje de Estados Unidos. La historia trata sobre dos hermanos gemelos que eran idénticos por fuera, pero muy diferentes por dentro, vivían en un pueblo del Oeste de Estados Unidos. Un gemelo era cristiano e iba a la iglesia y vivía una vida piadosa. El otro era un bebedor, jugador e inmoral. El segundo, estaba un día en el bar, se enfadó con un hombre en la barra, y le apuñaló con un cuchillo, y el hombre murió. Había muchos testigos en el bar, y el hombre salió corriendo, y se fue a las afueras del pueblo, donde vivía su hermano gemelo. Su hermano estaba vistiéndose para ir al culto, cuando entró con fuerza su hermano y en pocas palabras  le contó lo que le pasó. Su hermano le dijo, toma mi camisa y dame la tuya ensangrentada. Justo tuvieron tiempo de cambiarse, cuando alguien entró detrás para agarrarle. Dijeron, es el que lleva la camisa ensangrentada, ¡apresadle! Le llevaron a la cárcel y el hermano culpable se fue a la montaña.

En el Oeste Salvaje normalmente, en los pueblos pequeños, tenían un alcalde que hacía el papel de juez. Al otro día se hizo un juicio rápido. Hubo muchos testigos que reconocieron al culpable, de modo que rápidamente le juzgaron, le ahorcaron y   enterraron. Al final, el hermano se enteró del asunto, y al entrar en el pueblo, dijo al “juez” que se habían equivocado. Pero el juez le dijo que este asunto ya estaba arreglado y pagado. Entonces, el hermano dijo: “Hermano, al igual que tu cogiste mi camisa, yo llevaré tu camisa”. En este momento tuvo una conversión verdadera, y comenzó a vivir la vida de su hermano en la iglesia hasta su muerte.

José Peláez me dijo, que con esta historia entendió que Jesucristo tomó su camisa, y le dio a él su vestido de justicia. José Peláez estaba declarado justo y limpio, por el poder de Jesucristo; porque Jesucristo se llevó todos sus pecados. Esto fue la base de su salvación y conversión.  

Cuando José salió de la cárcel se fue a un centro de rehabilitación. Después, vino a nuestra iglesia y se casó con una mujer de la congregación. Tanto él, como yo tuvimos hijas al mismo tiempo. Después se trasladó con su esposa a Córdoba, donde unos 15 años después de ir allí murió en el hospital. 

Debemos evangelizar porque da fruto

Tanto José como yo evangelizamos y predicamos el evangelio de Jesucristo. José compartió el Evangelio con su hermano Luis, que también se acercó a la iglesia. Tú y yo debemos sembrar estas “buenas noticias” en los corazones de nuestros familiares y amigos. Lo hacemos con fe en Jesucristo, porque es una buena semilla que da vida eterna.

Jesucristo nos mandó: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. (Marcos 16:15). Esta historia es un ejemplo de lo que Dios hace. Yo obedecí y él lo respaldó y salvó a José de una forma milagrosa. Yo no tenía poder para cambiar a José, pero sí podía obedecer a Dios, salir y predicar. El resto lo hizo Jesucristo. ¡Bendito sea su Nombre! No hay otro nombre en la tierra que puede salvar al hombre de sus pecados (Hch.4:12).

Por Johan Carlsén, actualmente trabajando en Bigastro (Alicante)
Cuando Johan estudiaba en un seminario evangélico en Suecia, Dios le dijo audiblemente “Vete a España”; un país que no conocía. Fue con su esposa a España en 1976 para aprender el idioma en Costa del Sol. Eran muy jóvenes. El 1 de enero 1979 llegaron a Castellón de la Plana. Junto con cinco hermanos en el lugar comenzamos a levantar una iglesia. Evangelizó utilizando muchos métodos: radio, folletos, muchos folletos, teniendo un puesto en el mercadillo, haciendo campañas de evangelización, y también comenzando a ir a la cárcel. Hoy, después de más de 40 años de ministerio, Johan ha fundado varias iglesias y sigue trabajando en la plantación de nuevas. 

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