Viajábamos en coche de Valladolid a Roscales de la Peña, el pueblo donde nací, me crie y donde todavía vivía mi madre, allá por la Montaña Palentina. No lo hacíamos muy a menudo por causa de las ocupaciones, durante la semana por el trabajo y los fines de semana por las actividades de la iglesia. En épocas de vacaciones siempre procurábamos tener algunos días de encuentro de la familia; mi madre, los ocho hermanos y los hijos y sobrinos que se iban añadiendo, especialmente en las fechas en que mi única hermana, monja casi de clausura, podía venir a pasar una semana con nosotros. Había además una fecha muy especial, para hacer ese viaje, que eran los días de Carnaval, o Antruido que dicen en mi pueblo, porque en Castilla y León ese lunes y martes son días no lectivos. Así que mi esposa y yo, como profesores, y mis hijos como alumnos, teníamos esos días libres. Se daba la circunstancia de que en esas fechas, aunque variables cada año, solía haber nieve en una pradera inclinada al lado de la casa, donde mis hijos disfrutaban lanzándose con los trineos. Eso compensaba, en parte, la ausencia de sus primos con los que coincidían en otras ocasiones y no en ésta porque sus padres, mis hermanos, tenían que atender a sus trabajos. Y para mi esposa y para mí era una buena oportunidad para hablar a solas con mi madre, fuera del ajetreo que se producía en otras ocasiones cuando nos juntábamos un montón de personas. A mi madre le gustaba hablar de temas espirituales y había empezado a leer la Biblia de letra grande que mi hermano Roberto le había regalado. Estaba muy atenta a las lecturas que se hacían en la misa y a las homilías de los curas que las celebraban y cuando hablábamos por teléfono, ya de noche, me hacía muchas preguntas. Pero cuando la visitábamos estaba tan ocupada durante el día con sus gallinas, sus conejos, sus gatos, su perro y su huerto que era difícil pillarla un rato sentada para hablar. En Carnaval, al estar sola, aunque fuera mientras hacía la masa para las orejuelas típicas de la época, sacábamos el tema del Evangelio y charlábamos un rato.  Pero esta es otra historia.

Sonó el teléfono móvil de mi esposa

Decía que viajábamos de Valladolid a Roscales, en coche. Íbamos mi esposa y yo solos porque mis hijos ya se habían ido a vivir a Madrid. Ya eran mayores y se habían independizado. Poco antes de llegar a Carrión de los Condes, justo donde se empiezan a ver esa montañas azules de la Cordillera Cantábrica donde se destacan El Espigüete y el Curavacas… y la Peña Redonda, que indica por dónde cae mi pueblo, sonó el teléfono móvil de mi esposa, que era el que yo había usado durante años. Era Beni Moreno que preguntaba por mí. Me resultaba anacrónico y fuera de lugar. Una llamada desde Madrid, en plena Tierra de Campos, con las preciosas vistas de la Montaña Palentina, camino de mi pueblo. Hacía un sol espléndido, un aire frío pero sin viento, un paisaje precioso y tranquilo, y un camino de tierra que salía a la derecha de la carretera con un espacio suficiente para aparcar sin interferir en la entrada o salida de algún tractor que, eventualmente, pudiera necesitar vía libre. Así que paré y atendí la llamada paseando por el camino de tierra. Beni me pedía permiso para facilitar mi número de teléfono a un hombre que, habiendo visto un programa de Buenas Noticias TV, había llamado para pedir el Nuevo Testamento que se ofrecía desde el programa. ¿Y por qué pedía mi número, de qué me conocía ese hombre?

Desde hace varios años, me envían desde Canal de Vida algunas direcciones y teléfonos de personas de la provincia de Valladolid que han respondido al programa y han mostrado interés en continuar conociendo más del Evangelio. Parece que, dos años atrás, yo había llamado a uno de estos contactos, un hombre llamado Carlos, con quien había tenido una buena conversación sobre cosas espirituales, pero que ya se había dado por satisfecho con eso. A pesar de todo yo le había dado mi número por si, en otra ocasión, volvía a interesarle seguir hablando del tema. Es lo que suelo hacer con todos los contactos cuando la relación parece que llega a su fin. La pelota queda en su tejado. Y yo espero que Dios mueva a esa persona a seguir buscando. En este caso, Carlos había cambiado de móvil y había perdido mi contacto y Beni tenía el número de teléfono que ahora era de mi esposa. Pero eso, para el Señor, no son inconvenientes.

Carlos aceptó con entusiasmo quedar conmigo

Así que yo le pasé a Beni mi nuevo número de teléfono y ella me pasó el número de Carlos. No recuerdo quién llamó a quien, pero lo cierto es que Carlos aceptó con entusiasmo quedar conmigo a tomar un café para hablar. En los dos últimos años había estado leyendo la Biblia y considerando la necesidad de contactar con otros creyentes. Así que aceptó la invitación a visitarnos en la iglesia y se encontró a gusto. Entabló relación con otros creyentes que enseguida se acercaron a él y se comprometió a hacer estudios bíblicos para llegar a entender el mensaje del Evangelio y el compromiso que adquiriría en el caso de decidir bautizarse. Porque tenía que entender que aceptar el Evangelio como un regalo de Dios, implica también pagar un precio que consiste en un cambio de vida. Para seguir a Jesús hay que renunciar a seguir nuestro propio camino.

Finalmente se bautizó y a día de hoy sigue con nosotros. Tiene una gran carga por su esposa y sus hijas que no son creyentes. Y también por su madre, de mucha edad, a la que atiende como un buen hijo y trata de persuadir para que se acerque a Dios. Esta pasada semana ha estado con ella constantemente en el hospital por una operación de cadera a causa de una caída. La ha invitado a aceptar a Jesús como su Salvador y ella ha aceptado. Aunque la operación salió bien, la típica infección de quirófano la ha llevado a una situación crítica hasta el punto de tener que sedarla. Carlos se mueve entre la esperanza y el deseo de que se recupere. Al mismo tiempo está agradecido a Dios por poder oír de la boca de su madre que acepta a Jesús.

Esta mañana me ha llamado para decirme “mi amada madre ha partido hacia el Señor”. Los hermanos de la iglesia estamos enviándole mensajes de ánimo y nos hemos puesto a su disposición para lo que nos necesite. Estaremos acompañándolo estos días de dolor como es propio de los miembros de una misma familia, la familia de la fe. Dios le consuele.

Es Dios quien lo va a hacer

Tal vez porque no he tenido muchas experiencias de personas convertidas por medio de mi exposición del Evangelio, me aferro al texto de 1 Corintios 3:5-8 donde dice que el que cuenta es Dios que es el que hace crecer. Yo me siento impotente a la hora de convencer a la gente para que crea en el Evangelio, por eso descanso en la confianza en que es Dios quien lo va a hacer.

Pero ¡Cuidado! Me digo a mí mismo. Dios es el que hace crecer, pero Pablo plantó y Apolo regó. Dios cuenta con nosotros, nos invita y nos exhorta a participar en su plan de salvación. Yo he tenido el privilegio de participar en la conversión de Carlos aunque solo fuera echando un poco agua con la regadera. Hoy me invitó a decir unas palabras a los familiares y amigos que velaban a su madre en el tanatorio. Se quedaron extrañados, pero escucharon con respeto tanto a mí cuando les dije que nuestra esperanza estaba en el sacrificio de Jesús y en nuestra fe en Él, como a Carlos cuando les dijo que así se lo había explicado a su madre y ella lo había aceptado. Carlos tuvo el valor de aprovechar la situación a pesar del rechazo que siempre ha sufrido, por hacerse “evangélico”, entre los miembros de su familia. Yo simplemente estaba allí, acompañándolo, pero dispuesto a dar testimonio en cuanto me lo pidió. ¿Plantar, regar? Lo que sea, lo que haga falta en cada momento. Pero recordando esto: ¡Dios cuenta con nosotros!

Alberto Bores es pastor de la Iglesia Evangélica Comunidad Cristiana Camino de Vida en Valladolid. Ha participado y colaborado en muchas campañas de Decisión junto con su esposa Gloria García.
FOTO: Iglesia de El Salvador – Roscales de la Peña (Wikipedia)

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